Tendremos sol, tendremos playas, tendremos tapas y tendremos lo que queráis. Pero nos falta mucha, mucha educación. Y no la educación robótica de cajera de supermercado o de teleoperador de Vodafone. Educación verdadera: aquello de tratar a los demás como nos gustaría que nos tratasen a nosotros.

Hace unas semanas, tuve el privilegio de viajar a Tokyo para cubrir el concierto de KISS en el Budokan nipón y, de paso, pasar unos días de teóricas vacaciones en la metrópolis japonesa. Un viaje más, en principio. Después de haber pisado muchos países, uno cree que el mundo globalizado depara pocas sorpresas más allá del tamaño de los surtidores de mayonesa en los hipermercados o de algún vestigio de viejos muros que separaban las Alemanias. Error.

Tokyo es otro mundo. De hecho, es otro planeta. Es completamente distinto. Y lo peor de todo (y aquí viene la polémica) consigue que en apenas unos días desees no volver jamás a tu país de origen.

El cegador display de luces en Shibuya

El cegador display de luces en Shibuya

No es por la imbatible oferta tecnológica a precios bastante más bajos que en España. No es por el hecho de que los trenes lleguen y salgan a su hora de cada estación, sin fallo posible, cada día, todos los días. No es por el hecho de que tener una catástrofe nuclear en ciernes cada día le de un rollo apocalíptico al asunto que te hace valorar más tu propia existencia. No es por el encanto infinito de un idioma que ni los propios habitantes terminan de aprender jamás en su vida. No es por la comida, que hasta en el más guarro de los casos, es tan sana que vuelves con dos kilos menos. No es por los enormes parques que te hacen perderte. No es por la arquitectura, donde tanto encuentras un rascacielos como un templo en medio de la nada.

No. No es nada de eso.

Es la educación.

El distrito de Ginza.

El distrito de Ginza.

En España (y en menor medida, en otros países europeos) la sensación general que tienes cuando entras a un comercio o a un restaurante es la de «mierda, ya ha entrado uno, con lo tranquilo que yo estaba» por parte de sus trabajadores. Podría hacer un listado de restaurantes donde, aunque te gastes de media 25 euros por cabeza, no hay ni la dignidad de mirarte a la cara cuando estás pidiendo o cuando tu dices «gracias, hasta otra».

En Tokyo las cosas son distintas. La actitud es la de «gracias por venir, vivo de ti, te agradezco que hayas elegido mi restaurante» (cámbiese restaurante por tienda de ropa, droguería, zulo donde venden videojuegos retro o lo que quieras…en todos los sitios sucede lo mismo).Y difícilmente tiene esto algo que ver con el hecho de que, al ser una economía en movimiento tras la potente inyección de capital que hubo para reconstruir el país después del tsunami, la gente sea más feliz. Porque vaya, en nuestro país, ni en el mejor momento de la economía hemos sido un ejemplo a seguir.

Tendremos sol, tendremos playas, tendremos tapas y tendremos lo que queráis. Pero nos falta mucha, mucha educación. Y no la educación robótica de cajera de supermercado o de teleoperador de Vodafone. Educación verdadera: aquello de tratar a los demás como nos gustaría que nos tratasen a nosotros.

Aún echo de menos el coro de «arigato gozaimasu» y el impulso irrefrenable a la reverencia que había en cada lugar que visitabas. No importa que pidieses una hamburguesa barata o que compraras 100 euros en vinilos. El agradecimiento era igual de sentido.

Fotos: Sergi Ramos

La transitada zona comercial adyacente a un templo en Asakusa.

La transitada zona comercial adyacente a un templo en Asakusa.