Pero la parte sensible que despierta “The Story of Anvil” no debe ocultar el hecho más claro y obvio de todos. Que si tu banda no ha llegado a ninguna parte en treinta años, no va a llegar a ninguna parte en treinta y uno.

El otro día, en un momento de extraño asueto, decidí ponerme a ver lo primero que encontré a mano. Lo primero que apareció ante mis ojos fue el mítico documental “The Story of Anvil”, publicado en 2008, el cual ya había diseccionado adecuadamente en DVD tiempo atrás Una historia de perseverancia, de ambición insatisfecha y de sueños inacabados dirigida por el que fuese roadie y fan de la banda, Sacha Gervasi. Una historia común entre muchas bandas de heavy metal que se matan a trabajar en su local de ensayo para finalmente no pasar nunca de tocar en antros de mala muerte a cambio de unas cervezas y la gloria del aplauso colectivo. Generalmente mucho menos colectivo de lo deseado.

El documental toca la vena sensible con conocimiento y evoca la lágrima, porque al final lo que explica es una historia muy humana de amistad, desencuentros, obstáculos a sortear y recompensa inesperada. Ver a dos señores de cincuenta años viajando precariamente por Europa para intentar sacar adelante su banda sin pararse a pensar que ya hace veinticinco años que dejaron de ser relevantes es bello. Una noción romántica del heavy metal como la vida del nómada movido por su sueño de guitarras afiladas, público masivo y pirotécnica para comenzar el primer tema del show. De mallas con olor a huevos y de borracheras de cerveza barata del Lidl. Un sueño que visto desde fuera es casi imposible de comprender. Pero visto desde dentro tiene todo el sentido del mundo.

Pero la parte sensible que despierta “The Story of Anvil” no debe ocultar el hecho más claro y obvio de todos. Que si tu banda no ha llegado a ninguna parte en treinta años, no va a llegar a ninguna parte en treinta y uno. Sobretodo y ante todo debes hacer música para tu propia satisfacción. Si ninguna discográfica te quiere, mala suerte. Si ningún promotor está dispuesto a perder hasta la camisa organizándote conciertos, mala suerte. Si tu música no interesa, mala suerte. La realidad es que Anvil han tenido en treinta años más oportunidades de las que cualquier banda podría llegar a tener. Tuvieron contratos con Metal Blade, con Attic y con Massacre. Su manager fue David Krebs, el mismo que Aerosmith y AC/DC en Estados Unidos. Tocaron en el Super Rock japonés de 1984. Lo que es más importante, se dieron a conocer en plena fiebre por el heavy metal a mediados de los años 80. No se te puede poner más en bandeja.

Al final todo se reduce a un asunto muy simple: Anvil son una banda mala. Quitando el propio cazurrismo de “Metal on Metal”, que es bueno de lo malo que és, Anvil no han producido en toda su carrera una canción que pudiese ser un hit. “March of the Crabs”, “Free as the Wind”, “Forged in Fire”, “Straight Between the Eyes”…todos ellos son temas correctos, pasables. Pero no hay nada en todo el catálogo de Anvil que ea atractivo más allá del propio elemento casposo de su metal ochentero de libro. El mismo que hacía todo el mundo. ¿Porqué deberíamos sentir más condescendencia por Anvil que por Demon, Diamond Head, Heavy Load, Malice, The Rods, Tank o Chastain? Es más, Anvil lograron un renovado interés mediático tras la publicación del documental, llegando a oídos y ojos de toda una nueva generación de fans de manera masiva. Y ni así.

Quizá habría que admitir sencillamente que Anvil son malos. Lo cual no evita que sigan intentándolo.