30 años después: así fue el último concierto de Pink Floyd en España
No sabíamos que era la última vez pero quienes estuvimos en Barcelona aquella noche de verano de 1994 vimos el último concierto de Pink Floyd en España.
Pink Floyd en Barcelona en 1994: no sabíamos que sería la última vez
Después de la controvertida marcha de Roger Waters en 1987 – al menos oficialmente, mucho tiempo antes ya no era una parte especialmente activa de la banda – los restantes miembros de Pink Floyd (básicamente David Gilmour y Nick Mason, pues Rick Wright estaba en condición de miembro asalariado) tenían la difícil misión de remontar una banda que se encontraba en sus horas más bajas creativa, personal y popularmente.
Tras editar «A Momentary Lapse of Reason» en 1987 y hacer una enorme gira planetaria de tres años años de duración, Pink Floyd pasaron a convertirse en los alumnos aventajados de la élite del rock and roll. Tan solo los Rolling Stones pudieron competir con ellos en aquel momento, gracias a la gira «Steel Wheels» de 1989/1990. Pero cuando llegó el momento de editar su nuevo disco en 1994, el infravalorado «The Division Bell», había que superarse a si mismos y a todas las bandas que habían cogido el concepto escénico de Pink Floyd y lo habían llevado más alla en las dos décadas previas. Así pues al grito de “el presupuesto es ilimitado” por parte de su manager Steve O’Rourke, la banda preparó el tour y escenario más espectaculares de toda su historia, probablemente con la excepción de “The Wall” por motivos más que evidentes. También sería la última.
Una gira de 110 conciertos
La gira de “The Division Bell” arrancó el 30 de marzo de 1994 y acabó el 29 de octubre. Por en medio se sucedieron 110 conciertos en todos los rincones de Europa y Norteamérica, con una breve incursión en México y un setlist espectacular que en la segunda mitad de la gira incluía de manera aleatoria el disco «The Dark Side of the Moon» interpretado al completo, junto con un espectacular bis a base de «Wish You Were Here», «Comfortably Numb» y la explosiva «Run Like Hell».
Por fortuna, el tour pasó por España y lo hizo con dos fechas en el Estadio Anoeta de San Sebastián y en el Estadi Olímpic de Barcelona. Serían las dos últimas ocasiones en que unos Pink Floyd maduros, vapuleados por un sector de fans que los veían como vendidos a la nostálgia y los grandes espectáculos con alto coste económico, pasarían por nuestro país. Para situarnos: la entrada de aquella gira costaba 4.000 pesetas (24€), una suma irrisoria hoy en día, incluso teniendo en cuenta el factor inflacionario. Una entrada para un concierto de Pearl Jam o AC/DC cuesta hoy en día más de 140€. Un gran show de estadio de Pink Floyd como el que vimos en aquel entonces, no bajaría de esas prohibitivas cantidades. Sin embargo, en aquel entonces, 4.000 pesetas parecían algo excesivo. Para más inri, la gira contaba con una sponsorización por todo lo alto de Volkswagen, quien incluso llegó a sacar un modelo inspirado en la banda al hilo de aquel tour, una de las primeras muestras a gran escala de como marcas y artistas podían entrelazar sus intereses.
Un escenario espectacular
Para la gira, Pink Floyd contaron con un espectacular escenario diseñado por Mark Brickman y construido por Mark Fisher, el cual constaba en total de 700 toneladas de metal que se repartían en 35 camiones. Tres escenarios iguales fueron construidos, de manera que mientras uno estaba siendo usado en un show, los otros dos estaban viajando al siguiente destino de la gira o siendo construidos a lo largo de varios días en el siguiente recinto. El escenario tardaba tres días y medio en ser construido y otros dos en ser desmontado, lo que da una idea de la dimensión. Semejante cantidad de hierro y watios dieron para los habituales artículos en prensa escrita y televisión sobre la obscena dimensión de los espectáculos de la banda, algo intrínsecamente ligado a la identidad escénica de los británicos.
La idea del escenario parte del show que Pink Floyd dieron en el Hollywood Bowl en 1973 y cuya foto colgaba en el despacho de su manager como muestra de lo “bonito que podía lucir un escenario”, en palabras del baterista Nick Mason. Pero un show bonito no estaba exento de una inversión inicial de cuatro millones de dólares y otros veinticinco millones de dólares en costes para poner en marcha la aventura, entre ensayos, alquiler de hangares aeroportuarios y demás minucias. No supuso un problema para la banda: la gira facturó la nada despreciable cifra de 250 millones de dólares.
Sin embargo, los shows en España no fueron un éxito -como solía pasar en aquellos años. Si bien el Estadi Olímpic presentó una muy buena entrada, en San Sebastián la banda apenas congregó algo menos de 30.000 personas. Si pensamos en las insoportables cantidades de público que congregarían hoy, nos da hasta la risa.
La noche de Pink Floyd en Barcelona en 1994
Para su show en Barcelona, que sería el último de su carrera en nuestro país, la banda actuó en el por entonces aún reciente Estadi Olímpic. Un show de estadio en Barcelona no era lo habitual que es hoy en día. Y los shows de estadio no funcionaban como funcionan hoy en día. Bon Jovi junto a Van Halen, un año después, apenas congregaron a 37.000 personas (algo más de la mitad del aforo). AC/DC junto a Metallica en 1991 no llenaron tampoco. Pink Floyd anunciaron en primer lugar el concierto de Barcelona, lo que supuso una mayor venta de entradas, con el show de San Sebastián anunciado un poco después. Al contrario que ahora, cuando Metallica anuncian sus shows dos años antes, Pink Floyd apenas anunciaron su gira de verano de 1994 en diciembre de 1993.
Pink Floyd llegaron a Barcelona con todo su espectáculo y con la buena prensa y el boca-oreja de quienes ya les habían podido ver en el tour de “A Momentary Lapse of Reason” unos años atrás en el estadio de Sarrià seis años antes. Según la prensa de aquel entonces, 1.000.000 de watios de luz y 350.000 de sonido componían el espectáculo cuadrafónico y luminotécnico de la banda. El concierto empezó tarde: a las diez de la noche, algo que ahora nos parece marciano, acostumbrados a horarios -por así decirlo- más europeos. Pink Floyd eran famosos por sus conciertos de tres horas, con un intermedio para descanso de los músicos.
Mientras un sonido de agua iba circulando por el estadio como muestra del poder cuadrafónico del sistema de sonido, el público hacía la ola para entretenerse. En aquel entonces los asistentes de grada podían bajar a pista y viceversa, por lo que un rato antes del concierto podías moverte por la pista del estadio buscando colegas o para ir a tomar algo en otro entorno mientras hacías tiempo. En medio del estadio, un enorme dispositivo albergaba la sacrosanta mesa de sonido de la banda y algo que, en ese momento, aún no sabíamos pero que descubriríamos en el tramo final del concierto.
Un concierto de tres horas
El grupo salió a escena con “Shine on you Crazy Diamond (Parts I-V)”, que puso en pie a todo el estadio de manera unánime. Le siguió un “Learning to Fly” que sobrevivía como hit de “A Momentary Lapse of Reason”, un disco que siguió pesando bastante en la confección del setlist del recién inaugurado tramo europeo de la gira. La novedosa “What Do You Want From Me”, con sus ecos soul, llenó el estadio con maestría antes de dar paso a un enorme “On the Turning Away”. El nuevo single de aquel entonces “Take it Back” pasó más desapercibido, del mismo modo que “Coming Back to Life”, otra de las joyas de “The Division Bell”. El público reaccionó ante la majestuosa “Sorrow” y una novedosa “Keep Talking”. Pero el gran momento de la primera parte del show vino con el espectáculo de lasers y cerdos voladores que tomaron el estadio para la afilada “One of These Days”.
Las luces del estadio se encendieron y David Gilmour avisó de que la banda iba a tomarse un pequeño descanso de quince minutos, que fue algo más largo realmente -o ese es el recuerdo que me queda de una noche vivida con la tierna edad de diez años.
La segunda parte arrancó y no venía dominada por “Dark Side of the Moon” en su totalidad, algo que habían hecho en algunos shows de la gira. La banda volvió al escenario con la confusa “Astronomy Domine”, un recuerdo merecido a la psicodelia de los años de Syd Barrett. Con “Breathe” (In The Air)” la banda dio paso a la memorable intro de “Time”, en la que en todo el estadio tan solo se podía ver la proyección de la mítica pantalla circular de los Floyd y las baquetas luminosas de Nick Mason y el percusionista de apoyo Gary Wallis, quienes jugaban con los rototoms con gusto y precisión.
Hubo espacio para un recuerdo adicional al nuevo disco en la forma de la dramática “High Hopes”. Tras eso, la banda pasó a territorio 100% clásico con un “The Great Gig in the Sky” de órdago y un “Wish You Were Here” que puso a cantar a todo el estadio, mecheros incluidos (en aquella época aún se usaban mecheros).
Una delicada “Us and Them” daría paso a la esperadísima “Money” con un final distinto al que la banda vendría empleando más adelante en la gira. El estadio volvió a ponerse en pie con el gran “Another Brick in the Wall” unido a una parte de “The Happiest Days of Our Lives” y como colofón, el archiconocido “Another Brick in the Wall Part II”. El recuerdo de una calurosa noche de verano barcelonés con Pink Floyd tocando su hit de 1980 y el público gritando “Hey! Teacher! Leave Us Kids Alone” es algo que perdura en la mente de cuantos estuvimos en ese estadio aquella noche.
Un bis épico
Faltaban los momentos más épicos de la noche. Justo antes del bis, la banda se lanzó a por un enorme “Comfortably Numb” que superó los diez minutos de duración. El solo de David Gilmour, con un persistente olor a porro inundando el estadio que dictaminaba como el público prefería disfrutar de los Floyd en aquellos años, se alargaba y se alargaba mientras la pantalla circular se movía y quedaba plana sobre las cabezas de los músicos. En el momento indicado, el escenario y toda luz del estadio pasaron a la más absoluta oscuridad. Y la bola de espejos que estaba bien pertrechada en el centro del estadio apareció, enviando haces de luz en todas direcciones mientras Gilmour machaba y exprimía las últimas notas de su guitarra. Mientras el clímax del tema llegaba, acompañado por una descarga de Richard Wright sobre las teclas de su teclado para realzar el tramo final del solo, la bola de espejos se abría ceremonialmente y mostraba su luminoso interior. Y tal que así, en pleno clímax, finalizó la última gran interpretación de “Comfortably Numb” en Barcelona. La banda salió a saludar al público, pero quedaba más.
Corrían ya las doce y media pasadas de la noche y el estadio seguía en pie reclamando más Pink Floyd. Comenzaron los cánticos de “oeoeoe” y la banda volvió para un bis final de la mano de una anómala “Hey You” en la posición de casi cierre del concierto. El último recuerdo a “The Wall” nos dejó con el eco de la voz del bajista Guy Pratt llenando los rincones del estadio mientras Gilmour se preparaba para el gran cierre. El familiar rasgueo de guitarra del inicio de “Run Like Hell” retumbó por el estadio con el acompañamiento de los lásers. Era el final épico. No lo sabíamos, pero nunca más les veríamos en directo en nuestro país. El público replicaba cada rasgueo de Gilmour con gritos generalizados. Era casi la una de la mañana, Pink Floyd estaban ante nosotros y no existían ni los teléfonos móviles, ni las restricciones horarias en el estadio para facilitar el desalojo del público en transportes públicos. Tan solo podíamos disfrutar allí y en ese momento de lo que teníamos delante. Y con una explosión, “Run Like Hell” arrancó y las luces y las melodías floydianas inundaron un poquito más nuestra mente colectiva. “Run, Run, Run” gritábamos todos. Y cuando quisimos darnos cuenta, tras el apogeo final, la pantalla circular estalló en mil chispas pirotécnicas. Todo había acabado. Habíamos presenciado algo único y, lamentablemente, irrepetible. Ya no existen noches de verano como esa. Ni conciertos como ese.
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