La complejidad de marcar un hito que sirva de punto de arranque del death metal (y por extensión de la mayoría de expresiones musicales) pone de manifiesto la necesidad de etiquetar, clasificar, encasillar y encuadrar que crítica y fans tienen por encima de los propios artistas. Así, la búsqueda de “quién fue el primero”, “el creador inicial”, “el padre del estilo”, es un afán que casi queda reducido a prensa musical y debates entre aficionados sin que tenga, en puridad, mayor implicación real sobre el death metal y sus casi infinitas variantes.

Entremos al juego entonces. ¿Se puede marcar con absoluta rotundidad y sin discusión en qué momento exacto nació el death metal?. No. Y aquí podría terminar el artículo. Por tanto, lo que sí cabe hacer es un análisis, más o menos profundo, de cómo llegó a haber un tipo de música que se dio en llamar death metal.

Dejando de lado las sobadas y requetereiteradas menciones a la coincidencia geográfica y a la parte técnica del estilo, que están perfectamente explicadas hasta en la Wikipedia, el reto es presentar un catálogo de artistas que con mayor o menor reiteración aparecen cada vez que se escribe un artículo que trata de los primeros años del death metal.

Yo te bautizo…

Claro es que la creación de una etiqueta para un género musical es uno de los debates que pueden tener más intensidad. Con lo cual, ¿qué hecho generó que a una determinada forma de acercarse al heavy metal se le llamase death?. Hasta quien no tiene la menor preocupación por el tema conoce que, más o menos en 1983-1984, desde la Bahía de San Francisco, Possessed editaron su maqueta ‘Death Metal’.

Pero, más o menos a la par, en la otra punta de los EE.UU., en Florida, Death (o con más exactitud, Mantas) hicieron otro tanto con su ‘Death By Metal’, lo cual obliga a pensar que, en una época en la que el medio de conocer nuevas bandas sin contrato discográfico pasaba por el intercambio de demos, dos bandas diferentes, sin conexión aparente, usaron el mismo término en sus primeras grabaciones, pese a no ser estas profesionales.

Así que por aquí se podría empezar a marcar el nacimiento de una denominación, siempre y cuando se acepte que el uso del término “death” era consciente para algo más que titular unas demos buscando definir la música que aquellas contenían… bueno, esto hasta que aparezca una rara casete de un hiperdesconocido grupo anterior que alguien descubra en un rastrillo.

 

Dado que no hay dos sin tres, metamos una tercera variable en esta ecuación para complicar aún más el obtener un resultado indiscutible, (y no estamos hablando de acreditarse dicho bautismo mediante un trabajo de instituto… Jeff Becerra, no estamos mirando a nadie…). Personajes reputados como Tom G. Warrior y Martin Aim tenían un fanzine, en torno a esa época, al que, según parece, le daban el nombre de “Death Metal”… y estaban en Zurich, Suiza, Europa, más alejados aún de los otros dos candidatos.

Confluencia de influencias

Vamos a comenzar echando la vista atrás, hacia muuuuuyy atrás y mirar a Chick Webb y a Gene Krupa, bateristas jazz que parecen no haber tenido mucha importancia hacia el heavy, pero cuya forma de tocar permanece aún vigente y reconocible en muchos estilos, entre ellos, claro está, ¡tachán!, el death metal. No es remontarse demasiado, no… ni tampoco aportar nombres a lo loco…

 

… porque sin alejarse del jazz, cualquier escucha del free, y del resto de sus estilos que transitaron los caminos de la libertad, harán reconocibles en el death metal esa concepción sincopada de las bases rítmicas y esa aparente desestructuración compositiva que, elevada a la enésima potencia en cuanto a dureza y fuerza, se huelen en él, a poco que se acepten influencias en apariencia chocantes. Miles Davis, Albert Ayler, Ornette Coleman o Anthony Braxton llegan a la memoria con muy poco esfuerzo.

Dejando a un lado las posibles aportaciones de la música clásica y sobre todo contemporánea (Wagner, Karlheinz Stockhausen, John Cage, Elliott Carter, Philip Glass, Steve Reich…), es posible reconocer cromosomas del avant-garde y del art-rock, incluyendo aquí el “Wall Of Sound” de Phil Spector y el legado de esa bestia inclasificable que fue Frank Zappa y sin cuya existencia casi no habría habido evolución en la mal llamada “música popular”.

El death metal bebió de estilos centrados en el rock de alto octanaje, previos y coetáneos, así tanto el más clásico heavy metal, como el thrash y el black metal están entretejidos en los cimientos del death metal. También el proto y el punk, así como el hardcore más experimental dejaron su impronta… Puede que tal vez haya un exceso de influencias en todos estos estilos que se citan, pero ¿no son acaso reconocibles?.

Insignes progenitores

La aportación de bandas casi coetáneas al nacimiento del estilo es compleja de reflejar, teniendo en cuenta que, a principios de los años ochenta del siglo pasado, la velocidad a la que viajaban las noticias poco tiene que ver con lo que ahora conocemos, cuando a la vez que se está produciendo un concierto o la edición de un disco, está disponible a todo el mundo que tenga un acceso medianamente aceptable a internet, con independencia de dónde se encuentre.

Por tanto, el ramillete de bandas que se pueden citar como iniciadores/influyentes a la hora del nacimiento de lo que se dio en llamar death metal es amplio y variado, en muchos casos provoca el mayor de los consentimientos y en otros deja abiertas las puertas a la confrontación de opiniones y argumentos.

Indiscutible es partir, de nuevo, de Possessed y Death, centrando esta vez la atención en la edición de sus primeros discos oficiales en 1985 (‘Seven Churches’) y 1987 (‘Scream Bloody Gore’). Sin estos dos trabajos, a los que se les podrá poner algún “pero” que no elimina ni un ápice de su importancia y su aportación al nacimiento del death metal, la evolución y el nacimiento de otras bandas no habría sido posible.

Un punto especial requieren Morbid Angel. Pese a haber lanzado su primer disco casi cuatro años después de Possession y dos años de Death, ‘Altars Of Madness’ debería ser reconocido sin discusiones como un disco total del estilo. Todo en él rezuma death metal, no hay un punto en el que los detalles más fundamentales que puedan definir el estilo no se encuentren en este trabajo: ritmos, sonoridad (forma de cantar, brutalidad y extremismo), liricidad…

Entre aquellas que tal vez no generen controversia excesiva estarían Bathory y Celtic Frost. Los primeros forjaron ya en 1983 los pilares de la música más potente y evolutiva, mientras que los suizos demostraron que se podía plasmar un enorme catálogo de influencias dispares (a simple vista) de forma que no supusiese una herejía para el mundo del metal.

Otras bandas que cabría citar y tal vez provocasen una ligera discusión serían Venom y Voivod. Respecto a los británicos, negarles su posible paternidad en una infinidad de bandas y/o estilos implicaría, salvando las distancias, lo mismo que abjurar la influencia de Motörhead. ¿Y Voivod están en este mismo saco?, ¿Es una aberración o un sacrilegio?. Cuesta muchas veces creer cómo se va dejando a estos canadienses en el olvido, cuando de influencias se habla. Casi como si fuesen los apestados, los innecesarios, y nada más alejado de la realidad. Rescatarles es de justicia.

 

Más arriesgado podría considerarse citar la aportación de bandas procedentes del punk o el hardcore más o menos ortodoxo como The Exploited, Discharge o yendo un paso más allá Hüsker Dü. De los primeros se podría extraer por un lado su universo lírico y por otro su mayor brutalidad sonora frente a sus correligionarios, excluyendo a The Plasmatics, otro grupo que podría andar por estos lugares sin muchas disonancias.

Respecto a Discharge, su concepción de la estructura de las canciones, su habilidad a la hora de incorporar influencias y la furia en la forma de cantar no parecen tan alejadas del death metal como podía parecer. En cuanto a los de Minneapolis tanto la forma de hablar de bajo y batería, las composiciones poco lineales y esa concepción de doble forma de cantar (aunque en ellos alternada canción a canción y no en la misma) puede rastrearse también.

Olvidar o dejar de lado a Carcass, Deicide, Cannibal Corpse y Obituary debería entrar casi en lo delictivo, son innegables sus aportaciones sólidas en los primeros años del género. Los trabajos más poderosos de estas bandas supusieron una rotunda influencia que se mantiene con el paso de los años. Las carreras individuales que alguna tuvo con el paso del tiempo no es óbice para reconocerles esos valores.

Habría que hacer una mención a otras bandas cuya existencia fue casi definitiva para que todas las citadas hasta ahora decidiesen coger el camino de montar una banda que no fuese un clon de las ya existentes y tratar de llevar el metal un paso más allá: Judas Priest, Motörhead, Iron Maiden, Metallica, Anthrax, Megadeth, Napalm Death, Sepultura o sobre todos ellos Slayer podrían, deberían marcarse un espacio propio en el adn del death metal. Muchos de sus “tics” quedaron implantados en el death metal de forma que aquello que en ellos era un aderezo, en las bandas que venimos repasando, una vez mezclado y personalizado, se convierte en rasgo propio.

El final de un ciclo no supone la muerte de un estilo

Todo esto junto, llevó a esa década maravillosa centrada entre 1983 y 1993 en la que el death metal surgió, evolucionó, se ramificó y, sí, también, alcanzó la fama y se codeó con el llamado mainstream. La irrupción de variaciones basadas en el death que cogieron el rumbo de “lo melódico” llevó a que sobre 1993, el estilo entró en un breve letargo para resurgir unos pocos años después con un ímpetu reforzado, con el adn restañado y con ansias renovadas para demostrar que el death metal ni se crea ni se destruye, sólo se transforma.

Ese letargo, ese asentamiento en la corrientes más mayoritarias, supuso un alejamiento de la sangre underground con la que este estilo apareció sumiendo a la vertiente más cercana a lo que se podría llamar su propio old school, en una reiterada aparición de bandas que poco más hacían que repetir esquemas ya vistos y oídos. Esta travesía del desierto y el posterior renacimiento requieren una revisión exclusiva que excede el espacio que aquí cabría dedicarle.

Lo grande de acercarse a la apreciación de un estilo musical debería ser hacerlo con  la mente, los ojos y los oídos abiertos de par en par, dejando metidos en un profundo cajón términos como heterodoxia, formalismo, purismo, integrismo o inmovilismo, aceptando posturas alejadas a las propias, porque así es como nacen las maravillosas ramas de los estilos artísticos. Lo demás es ser aburrido, ¿verdad?.

Toni de Lola