Las pantallas del escenario rezaban “Kiss Loves You Barcelona” y todos teníamos la impresión de haber visto una de esas películas de Hollywood con muchas explosiones pero con un guión justito. Vas, te inflas a palomitas, dices “wow” unas cuantas veces y luego la comentas con tus amigotes al salir del cine. Pero vaya, que no fue “Star Wars” ni mucho menos.

Es complicado para mi encarar una crónica de un show de Kiss sin pensar como un fan. Kiss son una de esas bandas que te llevan de nuevo a los doce años de edad, ese momento en el cual has conseguido superar los de los Reyes Magos pero necesitas algo a lo que agarrarte, como señores maquillados que tocan guitarras humeantes y vomitan sangre envueltos en un halo de misterio. Recuerdo de manera muy viva tener sueños con el show de Kiss en 1997, cuando pude verles por primera vez en Barcelona en el Palau d’Esports. Era la gira de reunión y todo era mágico. El problema hoy en día es que resulta imposible meterte en el show de Kiss cuando Paul Stanley te despierta de tu sueño con un gallo cada diez segundos. Es como si te dan con los dientes en el glande en pleno éxtasis sexual oral. Como si se te va el tenedor y chirría contra el plato.

Habría sido ideal hacer la crónica anoche, nada más volver del concierto. Pero lo cierto es que sin haberla dejado reposar unas horas, habría sido demasiado descarnada. La realidad es que Kiss son lo que son, un entretenimiento global, no solo musical. Lo que falta por un lado se compensa por el otro, el del espectáculo. En decenas de ocasiones, Stanley le preguntaba al público “¿habéis pasado un buen rato?”. No preguntaba “¿os gusta lo bien que tocamos y cantamos?”. Y ese creo que es el mejor resumen de lo que es un show de Kiss. Un buen rato. Como ir a Port Aventura y subirte en el Dragon Khan.

Los aledaños del Palau Sant Jordi llevaban invadidos por spandex, maquillaje y camisetas negras desde el mediodía, con algunos aventureros haciendo cola desde la noche anterior, posiblemente más por la experiencia que por garantizarse el sitio en primera fila. Kiss nunca fueron una banda tan masiva en España como AC/DC, por ejemplo, y es relativamente fácil colocarse bien en uno de sus conciertos. El Palau Sant Jordi tuvo una entrada respetable, de unas 12.000 personas, lejos del lleno. Pero es que nadie esperaba un lleno: ya en 2010, tras 13 años sin visitar nuestras ciudad, metieron más o menos la misma cantidad de público. Kiss es una banda de fans, de fans para toda la vida y estos responden siempre, sin falta. A la Kiss Army le da igual el estado de voz de Stanley. Son fieles a una religión, la de Kiss, y vienen en masa a celebrar todos y cada uno de los tics escénicos y musicales de los americanos.

Kiss llevaban en el recinto un buen rato. A media tarde habían realizado un acústico para los fans que pagaban mil euros por los meet&greet, para luego maquillarse y después hacerse una ronda de fotos con todos estos. Un número bastante elevado de fans pagaron por el privilegio dejando constancia de que hay un mercado para absolutamente todo, por peregrina que pueda parecer la idea en un principio. La de millones de dólares que Kiss han generado desde que comenzaron a hacer los meet&greet de pago hace siete años es tremenda. Y al final, Kiss son eso: una maquina de hacer dinero. Todo lo demás pasa a segundo plano.

En realidad, el show de Kiss fue bastante desganado. Obviamente estamos hablando de profesionales consumados pero esa pizquita extra les falta desde hace un tiempo. Su conexión con la gente fue correcta, pero no explosiva. Los silencios entre canciones eran atronadores, solo interrumpidos por los discursos de Stanley, todas sus clásicas arengas de masas recitadas una a una como si las tuviese apuntadas en una libreta. Desde cantar “Una Paloma Blanca” -una broma que lleva haciendo desde 1997 en el mismo tono y orden exacto- hasta sus habituales discursos sobre el rock and roll. Kiss podrían mejorar su show con algo muy simple: ritmo. Que alguien le diga a Paul que se calle, que no tiene las cuerdas vocales para excesos, y que se dediquen a tocar tema tras tema. Da igual que el show dure quince minutos menos. Pero por Dios, que alguien orqueste bien las transiciones entre tema y tema porque se cargan el feeling del concierto.

El concierto comenzó curiosamente con quince minutos de antelación, algo que nunca antes había visto. Todo el montaje había ido con retraso y parece que al final se quería ahorrar tiempo para poder desmontar antes y poner el equipo en rumbo hacia Madrid rápidamente para que no sucediese lo mismo. Tocadas las once de la noche, Kiss estaban camino a sus camerinos y los técnicos trabajando duro para que todo el escenario estuviese metido en los camiones a las dos de la mañana.

La banda comenzó con dos clásicos atemporales para ganarse al público desde buen principio: “Detroit Rock City” y “Deuce”. En la primera Stanley se pone a prueba mientras que en la segunda Gene demuestra que el no ha perdido ni pizca de su rango como vocalista. Al final, el mayor grito del público llega cuando hacen la coreografía final de “Deuce”, como no podía ser de otra manera. Es una de esas cosas que estás tan acostumbrado a ver en videos que, cuando lo hacen ante ti, tan solo puedes emocionarte.

El setlist de la actual gira es mucho más variado que el de tours anteriores, recuperando momentos de su carrera como “Psycho Circus” y “Creatures of the Night”, hasta hace poco largamente olvidadas. “Creatures” en concreto era un pequeño fetiche, recordando la época más metalera de Kiss en los 80. Fue posiblemente el tema que con más energía ejecutaron en todo el concierto. Siguieron repasando el mismo disco durante un buen rato, porque seguidas cayeron “I Love it Loud” y “War Machine”. Tres temas del “Creatures” en el mismo concierto no está nada mal, demostrando que parecen haber recuperado el aprecio por aquel trabajo que en su momento marco el fin de la era de los Kiss maquillados y la primera ruptura con Ace Frehley. Obviamente, al final de “War Machine” Gene escupió fuego como está mandado.

El set siguió adelante con “Do You Love Me” y “Hell or Hallelujah”, dos canciones menores, una antigua y una nueva, que pasaron sin pena ni gloria entre un público cuyo grueso solo conoce los hits imperecederos. Fue por ello que el concierto fue de menos a más, siendo la última media hora la parte en la que la electricidad se escampó por la pista y gradas del Sant Jordi.

Antes de eso, hubo tiempo para solos de guitarra de Tommy Thayer en un pasaje entremezclado con efluvios de “Whole Lotta Love” de Led Zeppelin y el “She” de Kiss. No hubo solo de Eric Singer en esta ocasión, lamentablemente, aunque el batería demostró a lo largo de todo el concierto ser un absoluto martillo neumático. De hecho, entre su apoyo vocal en los coros y la manera en que toca, Singer es probablemente el miembro más indispensable de Kiss hoy en día, si nos ceñimos a lo musical.

El show prosiguió con “Calling Doctor Love” y “Lick It Up”, que vio como Paul y Tommy subían sobre una gran plataforma hidráulica en la parte central, donde se dejan llevar por el “Won’t Get Fooled Again” de los Who. Luego fue el momento del solo de bajo de Gene vomitando sangre, con el consiguiente aullido constante del público demostrando que el truco no pasa de moda. Simmons arrancó entonces su vuelo, quedándose en una tarima de la parte de alta del escenario para dedicarse a invocar a todos los males del universo a través de “God of Thunder”, muy tenebrosa, cadente y doom. Fue a partir de este momento cuando el show cogió ritmo y la cosa subió un poco de nivel. Primero fue el turno de “Cold Gin”, luego Paul voló hasta el centro del recinto para cantar (por decir algo) “Love Gun” en medio del clamor del público. Y una vez allí se fue a por la intro de “Black Diamond”, que tocó totalmente a oscuras acompañado tan solo por la luz de una bola de espejos que inundaba de destellos el Palau Sant Jordi. Una vez arrancó “Black Diamond”, Stanley emprendió de nuevo el vuelo hacia el escenario principal, casi cayéndose del trapecio que le transportaba -o al menos fingiéndolo. El tema, cantado por Eric Singer magistralmente, terminó como es debido: la batería elevada en los aires, las explosiones sucediéndose en el escenario y la banda despidiendo la primera parte del show.

Tardaron apenas un minuto en volver al escenario para los bises. Se tomaron una foto con todo el público (“esta pal Facebook” debió musitar Stanley para sus adentros) donde faltó Eric Singer -curioso- y se fueron directos y casi con prisas a por “Shout it Out Loud”, coreada por todo el recinto. No dio tiempo a que el final del tema muriese, que ya estaban metidos en “I Was Made For Lovin’ You” y así mismo se metieron en “Rock and Roll All Nite”. Parecía que iban con prisa, pero posiblemente fue el trozo más magistral de todo el concierto. Nada de chapurrear castellano o gritar “Españaaa” en Catalunya o hablar de los milagros del rocanrol. Pim, pam. Una tras otra. Y ahí fue donde levantaron de verdad el concierto, en los últimos quince minutos.

El último tema sirvió para que el recinto quedase anegado en confetti, mientras Gene y Tommy subían a bordo de dos brazos telescópicos que les situaban por encima de las cabezas del público. A la vez, Paul rompía su guitarra y el escenario estallaba en mil explosiones. Fueron los últimos coletazos. A las 23:05 exactas, Kiss estaban fuera del escenario, 1:45h después de haberse subido a él. Las pantallas del escenario rezaban “Kiss Loves You Barcelona” y todos teníamos la impresión de haber visto una de esas películas de Hollywood con muchas explosiones pero con un guión justito. Vas, te inflas a palomitas, dices “wow” unas cuantas veces y luego la comentas con tus amigotes al salir del cine. Pero vaya, que no fue “Star Wars” ni mucho menos.

Una noche justita para Kiss. Y lo dice alguien que se ha ido a Alemania, Suiza o Japón a verles. Pero cuando no…es que no.

Promotor:Live Nation

Día:2015-06-21

Hora:21:15

Sala:Palau Sant Jordi

Ciudad:Barcelona

Teloneros:The Dead Daisies

Puntuación:6